Manuel Padorno 1933-2002
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Diario del nómada

Joaquín Mañoso Valderrama
El Toscal, Santa Cruz de Tenerife, 2003

Manuel Padorno“En el principio era el Verbo, y el verbo se hizo materia.”
“El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre,
y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.”


El nómada sale al exterior, y se hace hombre de la mirada, descifra signos, atraviesa toda esperanza, sitúa en el comentario toda su patria: el fragmento, forma de palabra en el exilio.

El Diario del nómada: recorridos del caminante a la búsqueda de un paisaje interior, su experiencia y el sentido; anotaciones de un cartógrafo del lenguaje, de un antropólogo del verbo, de un cuidadoso constructor de situaciones y las imágenes que las describen; de un obrero de lo cotidiano que “preciso, matemático, perfecto / ya, trabajo en mi casa, cada noche / el día venidero: en su transcurso.”

Los objetos que el Nómada, solitario, por casualidad encuentra, o por necesidad busca y construye, conforman la materia prima con la que establecer las señas de identidad de un paisaje personal: no son más que signos y cifras que, convenientemente descritos y clasificados, acertadamente articulados, conforman el instrumental básico del futuro ciudadano de la luz y del desvío. Serán sus poemas, los cuadros, objetos-palabra, objetos-trazo... todos ellos piezas únicas con los que completar todo un sistema con el que construir la ciudad de la diferencia, el territorio de la pasión –única– del solitario. Ejercicio solidario del nómada insular que no renuncia al signo de la palabra interior con la que alejar los fantasmas que acosan al creador alucinado.

Con el tiempo, y con particular desorden, se acumulan las piezas necesarias para configurar la futura ciudad del desvío, territorio inexpugnable que precisa de un previo y riguroso ritual para iniciados.

La luz, el aire, los sonidos, los aromas... las citas y los objetos que los producen o acompañan. En su Diario, este constructor de territorios mentales y de vivencias cotidianas nos fue facilitando, a través de las claves de un relato en primera persona, la descripción de un paisaje interior espiritual y emotivo. En su caminar errante da cuerpo al desarraigo y acomete la ardua tarea de descifrar la ciudad de los signos: fragmentos de realidad en el itinerario del Nómada que, deslumbrado por la ciudad, se reconoce urbano, y toma su realidad de la dura concreción de los pasajes, en donde la nitidez del contorno, la precisión del signo, son atributos del hombre. De este modo nos transmite algunos datos sobre las trazas, calles, plazas y edificios de un territorio mental propio, imagen simétrica, especular, del que habitualmente respira.

Todo hombre lleva en su mente una ciudad hecha sólo de diferencias, una ciudad sin figuras y sin formas, y las ciudades particulares las ilustran. El Nómada, no ajeno a esta ley, construye pacientemente esta “ciudad de la diferencia”, estableciendo las claves de una personal (y precisa) topografía: callejero para iniciados en el que sus pasajes aparecen a cubierto del signo y de su fatal sentido.

El artista, el poeta, el creador, sabe que entre el lienzo y la mirada existe un espacio virtual en el que es posible la construcción de esa ciudad interior: texto urbano, espacio de luz. Es en el espesor conceptual de dicho espacio, alimentado de múltiples y contradictorias citas y referencias en el que, de modo inevitable, aparecerán los “interiores” de esa ciudad: expresión de la escala doméstica de los sueños del, todavía, Nómada urbano.

La ciudad del signo fragmentario queda fundada.

La mirada nómada, experta urbanista del espíritu, nos muestra las firmes trazas de una topografía del desvío. Y en el horizonte, el mar. Asombrado por la luz, se reconoce, definitivo, Nómada marítimo. Una nueva ciudad, esta vez “exterior”, cobrará vida. Lo que fue representación abstracta y distante se tornará en guía práctica. Se alumbra un mundo repleto de cotidianos personajes, objetos y situaciones, situados ya en “el otro lado”, en la finalmente ciudad del desvío, completamente edificada y densamente poblada.

En las páginas de este diario del solitario solidario –como en un cierto momento le gustaba definirse–, coleccionaba con igual intensidad y sentido elementos de la más diversa procedencia: objetos, palabras, autores, amigos, emociones, lugares... la luz y el tiempo; El Viaje, Martín y Millares, Madrid, las pasiones y el secreto de su origen; New York, Rothko; Los Viajes, Charing Cross, la vida y lo cotidiano; la avenida de Los Toreros, El Yiyo, Los Toros, las noches de Madrid; Philip Guston, el Atlántico, Munch, Vallejo, Morandi, Delft, Giotto. Las noches de Nocturna free, las noches de Las Palmas, y su luz, y el agua, El Furor del Dragón de Bruce Lee. Un árbol de luz, otro árbol y más luz, la autopista del mar, las nubes rosas, Cristóbal del Hoyo y Cairasco de Figueroa; de nuevo Punta Brava, y otra vez el agua, los amigos, La Habana, Cintio y Fina en la Isla Infinita, la Gaviota de luz, la luz atlántica de nuevo, otra vez las islas... sus Islas, y al fondo, como notas a pie de página del diario, las colecciones de piedras, las arenas, las hojas del parque, los “machangos”, el agua del mar, los objetos de la playa... y por fin El Desvío, el Otro Lado, la Otra Luz, el territorio soñado mientras oía crecer las palomas.